Segunda vuelta

Y pues claramente solo había una respuesta a mi pesar:
Huir, irme lo más lejos posible, olvidarme de quién era y qué me dolía…

Así que regresé a París.
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Regresé a estudiar guionismo esta vez.
Y lloré por toda la ciudad, lloré en las iglesias y en el museo, ahora porque no estaba el cuadro de Renoir que tanto ansiaba ver.

Lloré en las escaleras del Sacré-Coeur y unos vendedores bangladeshes de cerveza se apiadaron de mi y me regalaron mi cuenta el resto del verano.

Pero la parte buena de ese verano fue que escribí, con todo lo que tenía y con todo lo que me quedaba. Escribí 8 horas al día, 5 días a la semana. Y avancé.

Avancé a Alemania a encontrar a una de mis amigas de Nueva York
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En este viaje también leí el libro favorito de M. una cosa muy predecible que fuera su favorito ya que hablaba de un arquitecto inconforme y se contradecía de pies a cabeza.

Y le reclamé que tuviera un final tan decepcionante, como si así le pudiera reclamar también del final de nosotros, como si me diera permiso el final tan barato de reclamar que nosotros también merecíamos más.
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